martes, 8 de julio de 2008

La jarra


LA JARRA



- ¡ Bobby , tengo en la mano la jarra que me regaló la tía Lu el día que cumplí quince años! .
- ¿¡Qué!?
- ¡Que he encontrado la jarra “Sancho Panza”!
- ¡Que ¿qué?!
- ¡Ven aquí que ya no voy a gritar más!

Bobby se acercó a la cocina saltando entre las cajas de mudanza.

- Dime, sweetheart.
- Que he encontrado la jarra “Sancho Panza”. Creí que la había perdido. Ufffff. No querría que se perdiera por nada del mundo.
- Si la tienes tanto cariño no sé por qué no estás más atenta al empaquetar las cosas, darling.
- ¿No te parece que tiene la panza más grande que antes?
- Pues no.

Le miré con cara de “tú qué sabrás” y examiné minuciosamente la jarra: esférica, el asa grande, la circunferencia arriba, la pequeña hendidura en forma de pico, cubierta de conchas pulidas como las que coleccionan los niños en la playa... Todo parecía normal pero yo tenía la sensación de que era más grande.

Bobby se encogió de hombros y, ya que estaba allí, metió su pálida cara en una de las cajas y me pareció que de tazas de porcelana salió un destello que le iluminó los ojos verdes, las pecas y el pelo amarillo.

Le miré sorprendida pero enseguida los recuerdos desdibujaron el presente.

Estábamos en la cocina. Amanecía en Madrid y una luz grisácea entraba por la ventana del patio interior junto a la que estaba la mesa donde mi tía y yo desayunábamos. El frío del granito traspasaba la chaqueta y la camisa de mi uniforme. La tía Lu masticaba con lentitud la tostada. La miré fijamente, estudiándola y pensé: Es la negra más guapa que he visto en mi vida. Yo, en cambio, he salido a mamá, más feíta, pero con los kilos de la tía. ¡Qué horrible combinación!.

- Nena, come. Un buen desayuno presagia un buen día y....

Mientras siguió hablando, no recuerdo de qué, apoyó las manos en la mesa, se levantó lentamente, se dirigió con ritmillo bailarín al armario que tenía al lado del frigorífico y sacó lo que parecía una bola de mago con asa. Volvió sobre sus pasos con “eso” en las manos, cantando:

♫ Cumpleaños feliz, cumpleaños feliz, te desea tu tía, cumpleaños feliz ♫

- ¡Qué bonito! – Exclamé llena de excitación. Me levanté para coger mi regalo de cumpleaños y pregunté: ¿Qué es?
- ¿No ves que es una jarra? Me miró con ojos incrédulos y apoyó los brazos en sus grandes caderas, preludio de una de sus historias.
- Pues no parece una jarra, pero es preciosa. Gracias tía.
- No es cualquier jarra. Obsérvala bien. ¿No te has dado cuenta de algo?
- ¡No tiene base!. Grité.
- Efectivamente. Tú no la ves pero está ahí. No te fíes de tu vista, mi niña. Pon la jarra encima de la mesa.

La dejé como me ordenó. Yo esperaba que se cayera como un tentetieso o como el Sr. Patata . La jarra no se movió. Observé maravillada.

- ¿ Te has fijado que está cubierta de conchas?
- Es muy original.
- Pues es tu bisabuela.

No entendí nada. Estaba totalmente confundida.

Se sentó para estar más cómoda y pensé: se ha sentado, llegaré tarde al cole....

- No te muevas de aquí, llamaré a tu colegio para decir que no vas a ir.
- Pero tía.
- Pero nada. Hay cosas más importantes.

Volvió a levantarse, esta vez con una rapidez pasmosa, y salió de la cocina en dirección a la sala donde estaba el teléfono. Sus pasos hacían crujir el parquet. Me senté de nuevo y vi que mi desayuno seguía intacto. Entendí en ese momento por qué mi madre no quería que me juntara demasiado con la tía Lu.

Cuando regresó empezó a hablar. No sé cuánto tiempo estuvo contándome la historia y no me acuerdo bien de los detalles pero era algo así como que antes de que ella naciera, en su país las conchas eran el dinero. Luego llegaron los blancos e introdujeron las monedas y las conchas volvieron a ser lo que nunca dejaron de ser: la correa de transmisión entre el pasado y el futuro. Cada vez que había un nacimiento los más viejos designaban quién de la familia iba a ser el ángel guardián de ese nuevo miembro del clan. Una vez que se había manifestado el antepasado a través de un complicado ritual, al bebé se le ponía una pulsera hecha de conchas que ahuyentaba los malos espíritus y era el medio por el que el antepasado actuaba. Mi hermana y yo teníamos a la bisabuela Buiareó para protegernos. Mi hermano, como nació ya en Madrid, no tenía protección. Así le iba. Mi tía Lu tenía miedo de que se perdieran las pulseras y por eso pidió permiso a mamá para llevárselas y las utilizó para rematar la jarra. Cuando cualquier de las dos estuviéramos mal, en apuros o tristes mi bisabuela vendría y la jarra se haría más grande. Cuando todo estuviera bien, la jarra sería simplemente eso, una jarra. Como mi hermana pasaba bastante de todo decidió dármela a mí cuando tuviera la edad suficiente.

El ruido de la enésima taza que rompía Bobby me devolvió bruscamente a la realidad.

- ¿Qué ha pasado?- Pregunté.
- Fuck, fuck, fuck.
- Otra taza, ¿verdad?.
- Lo siento, darling.
- No te preocupes. Podremos vivir sin otra taza.

Volví a examinar la jarra.

- Bobby, ¿no crees que la jarra está más grande?

Bobby miró pero no vio nada extraño.


¿Estará aquí mi bisabuela? Pensé. No me parecía que nada fuera mal. ¿Sería que iban a ir mal las cosas a partir de entonces?. Empecé a inquietarme. Abracé la jarra y me sentí mejor. Nada iba a salir mal.

MARÍA BONNEY

1 comentario:

Anónimo dijo...

Soy igual de supersticiosa, o de crédula o de espiritual que tu protagonista. Ha sido un placer leerte.