sábado, 26 de julio de 2008

AFRODITA o la lista de los treinta a los cuarenta

Después de haberme deshecho de mi novio de toda la vida que resultó ser un maniaco depresivo con brotes paranoides, me vi en la necesidad imperiosa de buscar una presa fácil. Me lié con un recién divorciado encantador pero con dos niñas adolescentes que me hacían la existencia imposible. Cuando terminé esa relación a cuatro bandas tuve clara una cosa: jamás tendría hijos. Después vino mi favorito, el fontanero de Móstoles.

Un primor, un culo, unas manos, una lengua, un ya saber qué. Pero me dejó porque decía que veníamos de dos mundos diferentes, que yo era demasiado mujer para él, que cómo me iba a presentar al Nano y al Toribio, sus amigos de toda la vida, que bla, bla, bla. Después vino el escritor. Almas gemelas, creía yo. Muchas palabras y poco sexo. Uffff. Duré bastante, la verdad, de enero a junio, pero en verano me fui a hacer un curso de vela, se me cruzó el patrón y acabé viviendo en un barco amarrada en el puerto de Ibiza. En verano muy bien pero en invierno no tiene ningún encanto estar balanceándose dentro de una caja de madera, te lo digo yo. Echaba de menos mi cama, mi escritorio, mis cositas y no colaba más en el trabajo eso de que la investigación de los centros de droga en la costa española estaba durando más de lo previsto. Después vino el súper abogado del ego grande, el todo terreno aún más grande y el pene más pequeño que he visto en la vida (¿quién ha dicho que el tamaño no importa?). Después, espera que piense, ¡ah sí!, el decorador de teatro. No estábamos mal, pocas palabras, mucho sexo, hasta que en una revisión rutinaria del gine dí positivo en una venérea que se pegaba por la saliva. Cuando me dijo el médico: «dile a tu chico que se lave bien la boca después de haber tenido relaciones con alguien» casi vomito. Después el ecologista vegetariano estricto. Ni carne, ni pescado, ni huevos, ni leche ni ná de ná. Me pasé comiendo alpiste tres mes porque él no soportaba los olores de mi comida, y no pude más —aunque me vino muy bien para adelgazar. Déjame pensar… Mmm. ¡Es verdad! Después vino Carolina, la enfermera del centro de planificación familiar. Buena chica. Pero eso fue un lapsus que me hizo entenderme más a mí misma. Después el ingeniero de teleco. Yo era de Venus y él de Marte y, para colmo, no era demasiado bueno en la cama. La primera vez pensé que sí pero eran los efectos del alcohol, claramente. Después el jefe de recursos humanos de una multinacional. ¿Cómo no se me ocurrió que un tipo que se dedica a joder sin escrúpulos al personal después iba a ser una florecilla del campo en casa? Quita, quita. Después, el becario. Error, craso error. Pobre, le quitaron la beca porque no hacía nada de nada, embobado persiguiéndome por toda la oficina, pero le hice una carta de recomendación estupenda —me mataba la culpa— y ahora, incluso me lo agradece. Ahora estoy con Miguel. Creo que su mayor virtud es que está casado. Estamos juntos cuando podemos. No soportaría vivir con nadie. Estoy en mi casa, con mis cosas y mi trabajo, sin exigencias, sin ataduras. Un amor dosificado, sin turbulencias. Es perfecto.

4 comentarios:

Alicia dijo...

Afrodita al final eligió el amante perfecto, ciertamente ;-)
Me ha gustado mucho la historia (¿será porque me resulta familiar?), fresca, natural y fluida.

María Bonney dijo...

Gracias, Ali. Fue divertido escribirla.

Anónimo dijo...

Me parto, qué graciosa la historia, un no parar vaya.
Muy bonito el relato. Escribes muy bien, pero eso ya te lo había dicho...

Anónimo dijo...

Me ha encantado la historia y me ha encantado el contenido. Con tu permiso, María, me voy a inspirar... y antes de publicar nada te pregunto, eh?

Y hablando de permisos, el blog es estupendo... a quién le tengo que preguntar para enlazar desde el mío? Estás ahí, Berna, Alice?

Besos,
Elisa