miércoles, 17 de diciembre de 2008

Un Sargento asesina a su General

Los hechos ocurrieron a las 9 de la mañana del pasado lunes, en el cuartel general del Ejército de Tierra, sito en la madrileña calle de Alcalá, junto a la plaza de Cibeles. El sargento primero Ramiro Jaquete disparó tres veces sobre su superior el general Armada Muñoz, causándole la muerte en el acto, al grito de “Reinicie, coño, reinicie”, según relató un soldado que presenció la escena. El susodicho sargento fue inmediatamente arrestado y llevado a las dependencias carcelarias del propio cuartel, en espera de que se celebre el juicio.

Las causas del crimen aún son algo confusas. Testigos consultados aseguran que el sargento Ramiro Jaquete era un joven equilibrado y tranquilo. Una compañera, perteneciente al personal civil, declaró: “Es un buen chico, a todos nos cae bien, pero últimamente estaba muy quemado.” El sargento se encargaba del soporte técnico de los equipos informáticos de los despachos de los altos cargos del cuartel, según relató la civil anteriormente citada (cuyo nombre no quiere que se haga público). Según nos explicó, el general Armada tenía “una sospechosa facilidad para que su ordenador dejara de funcionar y se colgara cada dos por tres”, hasta el punto de que todos los días el general reclamaba la presencia del sargento.


Otro compañero, sargento primero también, cuyas siglas son F.S.G., nos explicó lo siguiente:

“La mayoría de las veces, Ramiro lo único que hacía era apagar y volver a encender el ordenador del general y le insistía en que no era necesario que le llamara siempre, que solo reiniciara la máquina, pero es que el general (que en paz descanse), era algo bruto, y no aprendía, y Ramiro me confesó que tenía pesadillas todas las noches y que un día de estos iba a hacer una locura, pero nunca me pude imaginar algo así.”

Al parecer, el luctuoso hecho sucedió al aire libre, dentro de las dependencias del cuartel, cuando el sargento se dirigía a desayunar con algunos de sus compañeros y se cruzó con el general, el cual volvió a reclamarle que acudiera de inmediato a su despacho, porque el ordenador no le funcionaba. La testigo civil, anteriormente citada, relató lo siguiente:
“Al pobre se le puso la cara colorada, parecía que le iba a dar algo; Ramiro dijo que iría en cuanto desayunara, pero el general se enfadó y dijo a voces que de ninguna forma podía esperar tanto, que fuera inmediatamente porque no podía trabajar y tenía que hacer cosas muy urgentes, y a Ramiro se le puso la cara más roja aún, y dijo: ‘a sus órdenes, mi general’, pero en ese momento pasó por al lado uno de los mimetas y Ramiro le cogió el arma y al grito de “Reinicie, coño, reinicie”, le disparó tres tiros al general.”.

Según nos explicaron, los mimetas son los militares que visten el uniforme de camuflaje y están encargados de la seguridad del cuartel, por lo que son los únicos que van armados. Continuaremos informando cuando dispongamos de más datos.

martes, 9 de diciembre de 2008

A dónde va la consciencia. (Un viaje a oscuras).




De camino al hospital todavía eres consciencia, difuminada y maltrecha a medida que la cuerda se tensa. Cambia el paisaje interior, rodando por calles estrechas y avenidas. Los árboles brillan más. Los transeúntes, en slow motion.


Llegas a la puerta y la luz antiséptica del rótulo azul sobre blanco te desnuda de serenidad, de valentía. De repente el traje te queda grande, ¿o es tu cuerpo menguante?, y cae a tus pies frente al mostrador de recepción. Te recibe dos plantas más arriba una sábana con mangas y dos lacitos a la espalda, llena de incertidumbre. De la confianza desprendida nace el miedo. A tortas lo despistas, inventando una conversación llena de charcos. Recitas un mantra mal entonado, palideces y finges no pensar. Pero ahí está el pensamiento, un carro de bueyes tozudo en la noria, girando y girando, sacando un agua que no brota. Tu pensamiento y tú, tú Pensamiento, navegando a ciegas por un pozo de futuro indescifrable. Toque de nudillos en la puerta. Ya vienen. Enmudeces. «Que sea lo que Dios quiera»; te dejas llevar para dejarte hacer. Las palabras se borran de tu boca. Otras dos plantas. Todavía eres, consciente de un pasillo, una vía, una sonda. Poco más. En esa camilla estrecha vigilada por grandes, enormes palmeras fluorescentes, que proyectan una luz sin sombra. El Hombre del Saco Verde procede. Inyección – Desintegración. Mil pedazos y un segundo, me recuerdo fotocopia cuarteada. Lecho seco de un río, wadi incorpóreo. Después nada. A dónde va la consciencia, me pregunto. En la sala es latidos, temperatura, respiración. Constantes vitales. La consciencia monitorizada es líneas gráficas y sonidos analógicos de un cuerpo sin timón. Pegatinas que devuelven el sueño de una sensibilidad invertida. Ellos, con sus pijamas, saben de tu consciencia y te la devuelven. Como si durante un tiempo no te hubiera pertenecido. A las puertas del regreso está la semilla, consciencia de la inconsciencia, negando el vacío espurio. Es dolor, frío, «no sé dónde estoy», aristas y negrura. El residuo de la profanación consentida, la gravilla de la arquitectura pendiente sobre un recuerdo de pesadilla sin recuerdo. La consciencia fue arrojada contra las rocas, por eso duele. Y el despertar, abandonado de sí mismo. Acurrucada en el centro de mi cerebro, recién nacida, sin luz, sin espacio, sin tiempo, una voz lejana de mujer «tranquila, respira hondo» me entrega los esbozos de mi consciencia ajena, que se vuelven nítidos sin querer, hasta que puedo saber que soy de nuevo, hasta que puedo abrir los ojos. Amanecida.

Gloria Lao García

26 de noviembre de 2008