martes, 9 de diciembre de 2008

A dónde va la consciencia. (Un viaje a oscuras).




De camino al hospital todavía eres consciencia, difuminada y maltrecha a medida que la cuerda se tensa. Cambia el paisaje interior, rodando por calles estrechas y avenidas. Los árboles brillan más. Los transeúntes, en slow motion.


Llegas a la puerta y la luz antiséptica del rótulo azul sobre blanco te desnuda de serenidad, de valentía. De repente el traje te queda grande, ¿o es tu cuerpo menguante?, y cae a tus pies frente al mostrador de recepción. Te recibe dos plantas más arriba una sábana con mangas y dos lacitos a la espalda, llena de incertidumbre. De la confianza desprendida nace el miedo. A tortas lo despistas, inventando una conversación llena de charcos. Recitas un mantra mal entonado, palideces y finges no pensar. Pero ahí está el pensamiento, un carro de bueyes tozudo en la noria, girando y girando, sacando un agua que no brota. Tu pensamiento y tú, tú Pensamiento, navegando a ciegas por un pozo de futuro indescifrable. Toque de nudillos en la puerta. Ya vienen. Enmudeces. «Que sea lo que Dios quiera»; te dejas llevar para dejarte hacer. Las palabras se borran de tu boca. Otras dos plantas. Todavía eres, consciente de un pasillo, una vía, una sonda. Poco más. En esa camilla estrecha vigilada por grandes, enormes palmeras fluorescentes, que proyectan una luz sin sombra. El Hombre del Saco Verde procede. Inyección – Desintegración. Mil pedazos y un segundo, me recuerdo fotocopia cuarteada. Lecho seco de un río, wadi incorpóreo. Después nada. A dónde va la consciencia, me pregunto. En la sala es latidos, temperatura, respiración. Constantes vitales. La consciencia monitorizada es líneas gráficas y sonidos analógicos de un cuerpo sin timón. Pegatinas que devuelven el sueño de una sensibilidad invertida. Ellos, con sus pijamas, saben de tu consciencia y te la devuelven. Como si durante un tiempo no te hubiera pertenecido. A las puertas del regreso está la semilla, consciencia de la inconsciencia, negando el vacío espurio. Es dolor, frío, «no sé dónde estoy», aristas y negrura. El residuo de la profanación consentida, la gravilla de la arquitectura pendiente sobre un recuerdo de pesadilla sin recuerdo. La consciencia fue arrojada contra las rocas, por eso duele. Y el despertar, abandonado de sí mismo. Acurrucada en el centro de mi cerebro, recién nacida, sin luz, sin espacio, sin tiempo, una voz lejana de mujer «tranquila, respira hondo» me entrega los esbozos de mi consciencia ajena, que se vuelven nítidos sin querer, hasta que puedo saber que soy de nuevo, hasta que puedo abrir los ojos. Amanecida.

Gloria Lao García

26 de noviembre de 2008


1 comentario:

Anónimo dijo...

¡cómo se describen las vivencias! nada que ver el sentir, con lo que te cuentan o lo que se imagina. Por eso tu texto se vive al leerlo. Besos