viernes, 14 de noviembre de 2008

Lara

Lara se tomó dos aspirinas con el último trago de vino. Esperaba de esa forma no tener resaca al día siguiente. Era una de las botellas de la bodega de Mario, que se jactaba de tener los mejores vinos y los más caros. Sintió una patada en la tripa, cerca del ombligo. “Cállate”, exclamó. Dejó la botella vacía de Ribera del Duero en un rincón de la cocina, ya la tiraría mañana, si la resaca no era muy fuerte. Se asomó a la ventana del cuarto de estar. Seguía diluviando. Por la acera de enfrente pasaba el vagabundo del barrio, con sus varias capas de ropa de color indefinido, su melena larga, rizada y sucia, empapada, igual que la barba. Levantó los brazos, con una litrona en una de sus manos, mirando al cielo que le empapaba, gritando algo que Lara no consiguió entender.
Ignoró el pinchazo en la tripa y se dirigió hacia el sofá intentando no hacer eses. Le costó sentarse por culpa de su enorme vientre. Miró la tele que llevaba todo el día encendida. Sin saber siquiera lo que miraba, iba dando a un botón tras otro del mando a distancia. Entonces lo vio. A un lado de la tele, había un paquete de Camel. El que dejó Mario cuando se fue. Estaba a medias. Con algo de esfuerzo, se levantó del sofá (esta maldita tripa, pensó por enésima vez), y cogió el paquete. Rebuscó en los cajones del mueble y encontró un encendedor. Se volvió a acomodar en el sofá y encendió un cigarrillo. Tosió un poco al principio, no estaba acostumbrada a fumar. Miró a su alrededor. Dónde demonios estaría el cenicero. Cogió un vaso sucio y echó la ceniza. Poco a poco, fue notando que la nicotina le hacía efecto. Borracha y fumando, si su padre levantara la cabeza…


De pronto, tuvo una genial idea. Se levantó la sudadera verde que le cubría la enorme tripa. Con el cigarrillo en una mano y el mando a distancia en la otra, se la contempló un rato largo. Sintió otra patada inoportuna. Lara cogió el cigarrillo y lo apretó contra su tripa, un par de centímetros sobre su ombligo. No sintió ningún dolor, si acaso un ligero escozor. La situación le hizo gracia, y lo repitió tres veces más. Al final se quedó contemplando los cuatro puntos rojos que tenía alrededor de su abultado ombligo. Casi quedaba bonito. Se acordó de Mario. “Dónde coño estaría el muy hijo de puta”. Se levantó como pudo y tambaleándose fue hasta la bodega. Ya quedaban pocas botellas. Eligió una de Rioja. Entonces sonó el teléfono.
Intentó darse prisa para llegar a la mesita del teléfono, pero entre la tripa y la borrachera, no llegó a tiempo. Escuchó el mensaje del contestador: “Lara, soy yo…—una pausa larga— ¿No estás en casa? Perdóname por haberme ido. Perdóname por todo lo que pasó. Déjame volver, por favor. Te quiero mucho, quiero cuidar de nuestro hijo, de verdad, llámame.”.
Lara sonrió mientras descorchaba la botella de Rioja. Será gilipollas, pensó. Se sirvió un chorrito en un vaso y lo tomó degustándolo. No está mal, pensó, pero está mejor el Ribera. El teléfono volvió a sonar y esta vez Lara lo cogió.
— Lara, ¿estás bien?, nunca coges el teléfono —era su amiga Clara.— , nos estás preocupando a todos, chica.
— Estoy bien —dijo Lara, intentando vocalizar bien.
— No te creo, chica, voy a ir a verte.
— Que no, que no, que estoy bien, de verdad.
— Hablas raro, Lara. ¿No habrás vuelto a beber?
— Pues claro que no, Clara, qué cosas tienes…—intentó simular una risa, pero no le salió muy bien.
— Lara, me tienes preocupada.
— Estoy bien, de verdad, ahora tengo que dejarte, tengo algo en el horno, adiós….— y colgó. —Pero qué pedazo de hipócrita. —dijo Lara en voz alta.
Volvió a levantarse la camiseta. Miró su tripa. Miró los cuatro puntos rojos. “¿Me dolerán cuando se me pase la borrachera?” Y pensó en el extraño ser que tenía dentro. Como un alien. Ojala no saliera nunca de allí. Ojala muriera ahora mismo y desapareciera. Bebió un largo trago de rioja y encendió otro cigarrillo. A la mierda, pensó, mirando la tele sin saber lo que veía. El alien le dio otra patada. ¿Se podrá llegar a querer a un alien?, pensó Lara tomando otro trago. Las quemaduras empezaron a escocerle mientras el teléfono volvía a sonar una y otra vez.

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