viernes, 31 de octubre de 2008

El intruso

Lunes
Lo primero que me hizo sospechar fueron los yogures. Vivo solo y mi consumo de yogures de soja en la cena es estricto: uno al día de lunes a sábado, es decir un paquete de seis a la semana durante los últimos cinco años de mi vida de soltero empedernido. Hace dos semanas el sábado no me quedaba ninguno; la pasada ni siquiera llegaron al viernes. No puede ser un despiste: mi vida es tan metódica como puede permitirse un ser humano. Nadie tiene llaves de mi casa, no traigo chicas –prefiero pagar un motel, no soporto dormir con nadie– y la limpieza semanal la vigilo personalmente. Pero alguien se está comiendo mis yogures, y lo que es peor alguien ha empezado a usar mi baño. Esta mañana, al levantarme, flotaba en el ambiente la humedad de una ducha reciente mezclada con la esencia a madera de mi colonia. La nuca se me ha erizado, pero he sacado el hierro 7 y he recorrido la casa gritando en busca del intruso. He abierto armarios y arcones, revuelto debajo de camas y mesas, revisado ventanas y la puerta blindada, pero no había nadie. Natalie, mi secretaria, me ha mirado de manera extraña cuando he llegado al despacho del banco, casi una hora tarde, después de mis expediciones infructuosas, pero no se ha atrevido a decirme nada. Más le vale.

Miércoles
Sé que sigue aquí. A pesar de las dos horas de squash y del posterior masaje, a pesar del Valium y de dos Maltas, no he pegado ojo, pendiente de cada sonido, de cada crujido de la tarima de teca, mirando cada minuto el resplandor que entraba en la habitación a través del cristal de la puerta. Era mejor eso que las pesadillas de los breves momentos de sueño: un hombre sin rostro se ahorcaba una y otra vez con mi corbata favorita pero era yo el que terminaba ahogándose.
Hoy he estado a punto de sorprenderle. Al entrar en la cocina olía a pan y la tostadora aún estaba caliente. Me pareció que el aire todavía se movía con una presencia reciente. Definitivamente tengo que cazarle o acabará con mis nervios.

Viernes
No he ido al banco. Creo que no he ido. No puedo dormir ¿He dormido? Está anocheciendo y no me quedan yogures. Natalie ha llamado para decirme que esta tarde me he dejado la Blackberry en el despacho, seguro que la muy zorra está compinchada con este cabrón ¡Pero a mí no me pilla! Mi carcajada le ha sorprendido un poco, lo he notado, pero no me ha contestado cuando le he gritado lo que podía hacer con ella.

Domingo
Cada vez está más cerca, lo sé. Ana “La Rubia” me ha dejado un mensaje en el contestador –ya no cojo el teléfono – para decirme lo bien que se lo pasó anoche ¡conmigo! que llevo tres días sin salir, sin dormir, sin comer. No recuerdo los amaneceres ni los atardeceres, mi vida se esfuma como mi barba: no me afeito y sin embargo no tengo ni un atisbo de pelo en la cara. Seguro que me está envenenando.

Hoy
es plateada preciosa pequeña estaba al lado de la Blackberry en la mesilla cuanto lleva allí me encanta cogerla y apuntar ya no tiene salvación se cuando llegará cuando llegaré le espero enfrente de la puerta ¿oigo como sube el ascensor y mete las llaves en la cerradura? y apunto a la cabeza está fría no voy a fallar

lunes, 27 de octubre de 2008

Diario en el Hospital


Jueves 5 de junio de 2003

Hoy me he vuelto a caer. No sé con qué he tropezado, iba tan tranquila caminando y me he caído de bruces al suelo, en medio de la acera; se me ha roto el vaquero, me he raspado la rodilla y dos señores muy amables me han ayudado a levantarme y me han preguntado que si estaba bien y les he contestado que sí. Es la cuarta vez en un mes que me caigo. Qué vergüenza. Debe ser porque siempre estoy cansada y voy arrastrando los pies. Sigo con algunas décimas de fiebre y algo de tos.
Daniel no ha contestado al sms que le mandé ayer.

Viernes 6 de junio de 2003

Hoy me siento más animada. Quizá porque no hace tanto calor y he cobrado el paro, quizá porque es viernes... Estoy haciendo planes, voy a dedicarme a escribir en serio, lo tengo decidido. Cambiaré de profesión, me cueste lo que me cueste, basta de tanta informática que no me llena. Aún no sé cómo lo haré, pero ya lo pensaré. Si no fuera por esta tos que no se me quita y el cansancio y que no tengo ganas de comer, creo que podría planearlo. Voy a empezar a escribir algo esta misma tarde.
Daniel sigue sin contestar. No me atrevo a llamarle, pero quizá le envíe otro sms.


Sábado 7 de junio de 2003

Las décimas han subido, ya es fiebre, 39 grados según el termómetro, y me duele algo en el centro del pecho. Apenas he dormido esta noche, no he dejado de toser. Tengo mareos. No aguanto más. He llamado a una ambulancia y van a llegar de un momento a otro para llevarme al hospital.

Martes 10 de junio de 2003

Por fin me han subido a planta, la 13, después de estar tres horribles días en urgencias, porque no había camas libres. Las enfermeras de urgencias eran muy bordes, casi no hacían caso a las pacientes, yo misma tuve que levantarme y avisarles de que tenía mucha fiebre y sed, y casi ni me hicieron caso; pero debe ser porque están estresadas con tanta gente que les va llegando en las ambulancias. Junto a mi cama había una mujer que había intentado suicidarse y le estaban haciendo un lavado de estómago.
Me han sacado una radiografía del pecho porque en los análisis de sangre no aparecía ninguna infección que justificara la fiebre.
Sin embargo, las enfermeras de esta planta son muy amables, me han traído unos folios y un bolígrafo para poder escribir, y me preguntan si necesito algo más, siempre con una sonrisa. Si necesito algo, pulso el timbre y vienen enseguida.
Les ha costado mucho encontrarme la vena en los brazos para ponerme la vía; “es que me he dejado las venas en casa”, he intentado bromear. Se han tirado como una hora y me han hecho unos cinco pinchazos (han probado en los antebrazos, en las manos, en las muñecas). Al sexto han acertado. Creo que me han puesto suero y algún antibiótico.
Aún no saben qué será esa mancha blanca (“masa extraña” lo han llamado) que aparece en el centro de mi pecho en la radiografía.

Miércoles 11 de junio de 2003

El médico me ha visitado esta mañana y ha dicho amablemente que para descubrir qué es esa “masa extraña” tienen que hacerme más pruebas y que son algo dolorosas. Es extraño, pero me siento tranquila. Seguramente será un tumor, y sé que ellos lo saben, pero aún no quieren decírmelo.
Sigo sin saber nada de Daniel.

Jueves 12 de junio de 2003

Me han llevado a una especie de quirófano, en ayunas, estaba muy nerviosa, me han dado un tranquilizante y después de prepararme me han hecho tres punciones en el esternón, con ayuda de un escáner, y con una aguja bastante gorda, pero no han sacado ninguna célula adecuada que puedan analizar. La anestesia que me han puesto no me ha servido de mucho. Me ha dolido bastante. Y lo he visto todo. Esto es una pesadilla.

Por la tarde han venido mis amigas a visitarme. He intentado mostrarme alegre, no sé si con mucho éxito. Me han traído un peluche de un gato, ay, qué bien me conocen.
Sigo sin saber nada de Daniel. He llorado mucho antes de dormirme. Les he pedido a las enfermeras una pastilla para dormir.

Viernes 13 de junio de 2003

Hoy me van a hacer una biopsia para saber de una vez por todas qué diablos es esa masa extraña que tengo en el centro del pecho, justo detrás del esternón. Aunque yo ya me lo figuro.
Además hoy es el patrono de mi pueblo (con lo poco que me gusta mi pueblo), San Antonio de Padua. Esta noche habrá fuegos artificiales, cuánto me gustaría verlos. Yo no creo en los santos, pero mi madre dice que va a rezar para que salga todo bien y me cure pronto.

Lunes 16 de junio de 2003

Por fin se me curó la infección de la biopsia. Bueno, a medias. Lo he pasado fatal, con aquel tubo metido en el esternón, la máscara de oxígeno y casi sin poder respirar, creía que me ahogaba, que me moría, no podía ni moverme de la cama. Y todo el tiempo pensando en Daniel, como una idiota.
Y por fin me han dado la noticia: tengo un linfoma no Hodgkin (no estoy segura de si se escribe así
, ni tampoco sé muy bien lo que es), de células grandes, muy maligno al parecer. Pero algo es algo. Al menos ya sé lo que tengo. Ya puedo ponerle nombre. Ahora empezarán con la quimioterapia, por fin, durante unos seis meses. Sólo tres si da buen resultado.
Y también he descubierto otra cosa: que Daniel nunca me quiso. Y que tengo que empezar a olvidarle porque no merece que le quiera.