miércoles, 12 de agosto de 2009

Rebeldía

Aleksandar no quería nacer porque afuera no lo esperaban a él, sino a una niña a la que llamaban Andrea. Tampoco le gustaba esa música que le llegaba del otro lado transformada en lamentos acuáticos. Quería quedarse allí porque temía ahogarse en el océano que afuera debía de ser más grande. Pensaba que el exterior sería frío, porque había sentido temblar a aquella que lo llevaba y una vez le oyó decir la palabra “Hielo”. Esos temblores lo volvían morado y se dio cuenta que allí adentro se estaba tibio. En las terceras tardes, una voz agrietada lo llamaba “nieto” y lo instaba a ser un “gran hombre”. Pero había algo peor, en ciertas lunas una luz amenazante dictaminaba que él pronto tendría que salir. En esas lunas, algo lo empujaba, le presionaba la cabeza, otras los pies, la espalda. Y él odiaba que lo tocaran, así es que devolvía el asalto con una patada, que no servía de nada. El afuerino persistía y al parecer su rebeldía les gustaba y seguían forzándolo; entonces él se hacía el muerto, no más golpes, nada, hasta que lo dejaban solo, suelto, allí adentro.
En un sol, que era hielo, Aleksandar sintió dolor. Al otro lado se oían voces y se asustó cuando vio el agua escurriéndose por la luz, la misma luz de la última luna. Trató de aferrarse a las paredes que, de pronto, se volvieron resbalosas, ya nada lo sujetaba. Intentó quedarse quieto, tal vez lo dejarían tranquilo, pero no funcionó. El líquido se iba y él sintió que no respiraba y que lo lanzaban contra un hueco viscoso, ínfimo, que lo exprimían. De pronto la luz lo dominaba todo. Con tristeza verificó que lo habían sacado y sí, hacía frío. Entonces lloró. Una voz seca y alta le llamó “Ramiro Junior”. “Es precioso, Ramiro” agregó esta voz que al momento comprendió era la misma de aquella que lo llevaba. Y otra voz, baja y mentolada, le llamaba hijo. Entonces se sintió todavía más confundido, porque cuando él fue concebido y era pequeño y navegaba por un largo túnel, oyó que aquella gemía el nombre de su padre. Y ese nombre era Aleksandar.

Andrea MH Amosson, Noviembre 14 2008.-

jueves, 15 de enero de 2009


Cuentan que contaban que, en los orígenes, los dioses encargaron a un tal Prometeo y a su hermano la distribución de virtudes y facultades entre todos los seres de la creación. Ocurrió que cuando acabaron la repartición se dieron cuenta de que no quedaba nada para el ser humano, pequeño, desnudo y débil frente a la naturaleza; y fue entonces cuando Prometeo, jugándose los higadillos, se decidió a robarle el fuego a los propios dioses y, escondido en una planta, se lo entregó al hombre.
Quizás por eso quiero escribir, porque quiero descubrir el fuego que nos hace diferentes; que nos hace, que me hace humano. Porque a mi pesar, descreído, escéptico y pesimista, probablemente todavía busco razones para la esperanza entre mis semejantes, la belleza de la creación que ilumina las miradas de la gente; esas llamas que encendieron otros y que tantas veces han acompañado a este espíritu oscuro llevándome en su día por selvas y planetas desconocidos, por campos luminosos o por callejones tenebrosos. Por fantasías que eran para mí más veraces que la realidad, desde aquellas meriendas con pasteles de jengibre que devoraban “Los cinco” (y eso que entonces ni siquiera sabía lo que era el jengibre) hasta los monstruos de Lovecraft que muchas veces me acompañaron sentados al pie de mi cama, mientras los recreaba a escondidas leyéndolos con una linterna bajo las sábanas. La magia entre las hojas de un libro.
Y el desafío por descifrar si también puedo ser mago; si seré capaz de abrir una ventana desde dentro y dejar salir por ella lo que pudiera haber en mi interior, si hay algo en mi interior; si podré cazar historias y compartirlas para aferrarme a lo que soy siendo otros, echar un ancla en la tormenta de los tiempos difíciles para no desaparecer devorado por la rutina voraz y el griterío de la multitud.
Ya sé que la luz y el calor de esa hoguera no nos pueden salvar a todos; que no redime a la humanidad de sus odios e injusticias, y que incluso muchos han sido devorados por sus insaciables llamas creadoras. Pero necesito creer que al menos es un punto de apoyo para el futuro, y más ahora que seguramente se aproximan tiempos de oscuridad, si no para incendiar el mundo al menos para sentarse alrededor y protegerse del frío que nos rodea.
Hay muchas cosas buenas de este año de escritura que se termina, pero la mejor de todas es haber descubierto el fuego de los dioses en vuestros escritos y en vuestras miradas. No dejéis que se apague y, sobre todo, gracias por la esperanza.