martes, 17 de junio de 2008

"El secreto de los poceros"

El secreto de los poceros Julián 3.



-Hijo, ¿has cogido la grasa y la cal?, guardarla al fondo de la esportilla, bajo las herramientas. ¿Y el bocadillo?…Ten cuidado con el carburo y que no se te mojen las cerillas que con las corrientes se te puede apagar y luego es muy difícil encontrar las salidas. Recuérdalo bien, debes taponar las cuatro de la duquesa de Alba; las del palacio de Liria y las del restaurante. Ten mucho cuidado con los resaltos que hay alguno de mucha altura. Si te caes en uno de los profundos no podré sacarte. Y sobretodo no se te ocurra salir al colector de la Gran Vía ni al de la Princesa, los guardias suelen estar a estas horas de ronda. Hijo, haz bien la tarea y luego nos vemos en casa.

Así se dirigía mi abuelo a mi padre, con tan solo doce años, antes de abrirle la tapa de la alcantarilla por la que debía introducirse para realizar el trabajo.

La pocería es una profesión sucia, oscura, rodeada de ratas y pulgas, de ratas con pulgas, de agua pútrida y arañas por los techos de las galerías, de soledad y claustrofobia, de estrechas tuberías infinitas por donde circula parte del mal olor de una humanidad que trata de disimularlo bajo metros de húmedos ladrillos reblandecidos.

Y allá iba mi padre cargado con la espuerta. Llevaba una paleta, algo de esparto, un martillo y un plástico. Al fondo de la espuerta un saco de cal y varios kilos de grasa de cualquier animal, normalmente de vaca, aunque servía cualquiera, para realizar la masa. La carga era pesada por lo que se ayudaba de unas pequeñas ruedas que había acoplado a la esportilla.

Había que andar un par de kilómetros entre los negros y húmedos túneles de Madrid. La distancia a recorrer era tan larga pues nadie podía saber que era lo que estaba haciendo. Los colectores principales de las calles de Madrid son amplios y muy caudalosos, el rugir del torrente de agua los hace extremadamente siniestros y peligrosos, las galerías más grandes tienen luces y el nombre de calles bajo las que se encuentran, por lo que, con algo de experiencia, es fácil moverse por los bajos de la ciudad.

Cuando llegaba a la zona donde tenía que operar, mi padre se cercioraba de que la acometida sobre la que tenía que actuar fuera la correcta. Cuando estaba seguro empezaba a preparar la masa; la cal, la grasa y un poco de agua de la que corría por las canaletas… un par de minutos y empezaba a taponar los desagües que le había encargado su padre, mi abuelo. El taponado de la tubería se hacía en dos etapas. Había que esperar unos veinte minutos entre una y otra para que la primera secara un poco y no se desmoronase. Era el momento ideal para tomar el almuerzo. Echaba el plástico en el mejor rincón que encontrara, se sentaba y ahora tocaba defender el bocadillo entre las decenas de ratas que le miraban hambrientas… casi tanto como él. Para este momento siempre llevaba un buen puñado de pipas crudas para compartir con ellas; las ratas son amigas de los poceros; destrozan tuberías, provocan hundimientos y vencimientos de arquetas, y sobre todo, donde hay ratas hay vida… oxigeno.

Tras el bocata y la segunda capa de esta especie de mortero, tocaba recoger y emprender el camino de vuelta.
La masa que surge de mezclar la grasa animal con la cal y con el agua, se asemeja mucho a los depósitos de detergente, jabones y demás que con el transcurso de los años se va depositando en las paredes de las tuberías de cemento, estrechándolas hasta provocar el atasco; la palabra mas hermosa que un buen pocero podría escuchar. Eso si, lo que de forma natural llevaría quince o veinte años, con esta maravillosa técnica no tardaría en ocurrir más de quince o veinte días.

Ya solo faltaba la segunda parte de la operación, en la que mi abuelo, era el principal protagonista. Debía pasarse los siguientes quince días dando vueltas por la zona con la vieja furgoneta pegando voces por el megáfono: “Francisco García, maestro pocero matriculado”, y esperar, a que la pobre duquesa de Alba, asustadísima cuando los malos olores empezaran a impregnar sus alcobas, le llamara para solucionar el problema.

Resolver este tipo de atasco podría llevarnos tan solo media mañana y unos pocos miles de pesetas. No habría más que mandar al chiquillo, a mi padre, a desatascar lo que él mismo había taponado. Pero no era así, nada más lejos, este tipo de obra solía durar unos cuatro meses y suponía el cambio de toda la red de saneamiento horizontal y por supuesto un buen dinero para la familia.

Con el tiempo mi padre tomo el lugar de mi abuelo como yo tomé el de mi padre y como pronto, mi hijo Julen, tomará el mío. Es importante ser pequeño para este tipo de operación.

Por último, no olvidéis, cuando entréis a un baño público, llenar la taza de papeles, trapos, plantas… cualquier cosa que tengáis a mano y que pueda provocar esa palabra cuasi orgásmica para cualquier buen pocero… mmmm… el atasco.

Salud.




1 comentario:

Anónimo dijo...

julián, parece que ha sido tu oficio de toda la vida,jolín, que trabajos, nos quejamos muchas veces de vicio.