miércoles, 11 de junio de 2008

La taza «Roquera»

Tengo una taza de váter de color blanco verdoso, a juego con las plaquetas azul turquesa del cuarto de baño. Un día que estaba sentada en ella tan tranquila haciendo mis cosas, con mis pantuflas color rosa chicle y mi bata guateada, leyendo el último best seller que me había recomendado mi vecina del quinto («Vida y milagros de Victoria Beckham»), empecé a oír una musiquilla. Dejé de leer, levanté la cabeza y la música se detuvo. Al día siguiente a la misma hora ocurrió tres cuartos de lo mismo. Una melodía surgía de no se sabe dónde, siempre que me sentaba más de cinco minutos seguidos en el artefacto de Roca. Incluso llegué a oír una voz que decía: «Y ahora, el número uno de esta semana, la canción del ‘chiki-chiki’». Ahí ya sí que me quedé patidifusa. O me estaba volviendo loca, o en mi cuarto de baño había duendes. Oí tres «pí-pí-pí», y después «Son las cinco de la tarde. A continuación, escucharemos el último éxito de ‘La Terremoto de Móstoles’». Miré el reloj y, efectivamente, eran las cinco de la tarde. La puerta del baño estaba cerrada y la ventana también. Me rasqué la pelambrera («tengo que ir a la peluquería urgentemente», pensé). No recordaba haber encendido la radio del cuarto de estar. Tampoco podía ser que la vecina hubiese sacado el transistor para distraerse mientras tendía la ropa. Después de descartar todas las explicaciones verosímiles, me concentré en mi oído para descubrir de donde salían los sonidos. Y me quedé estupefacta. Venían de debajo de mí. O sea, de la taza del váter. Oí claramente a Estopa desgañitarse con «…por la raja de tu falda…». Asustada, me levanté repentinamente. Se hizo un silencio total. Sólo se oía el goteo del grifo del lavabo. Volví a sentarme. «…por la raja de tu falda tuve un piñazo con un SEAT Panda…» volvió a resonar estruendosamente entre las cuatro paredes. Ya se me había cortado todo, así que me limpié y salí del baño pensando seriamente en llamar a Iker Jiménez para que me mandara un equipo de investigadores de lo oculto. En los días siguientes entré al baño con miedo. Evitaba ir y me aguantaba todo lo posible, hasta que ya no podía más y siempre procuraba estar menos de cinco minutos.

Unos días después, a las cinco de la tarde, volvió a sonar la música. Y ya no tuve ninguna duda. El sonido venía justo de debajo de mis posaderas. Sentía una vibración que me subía desde los muslos hacia arriba. Mi váter era una emisora de radio en toda regla. Descubrí que el sintonizador era el pulsador de la cisterna y según como lo girara, aparecía M80, Radio Olé o Los 40 Principales. Esa noche me crucé con mi vecina del quinto cuando iba a sacar la basura y cometí el terrible error de contárselo, y como es una cotilla la noticia pronto se extendió por toda la comunidad de vecinos. Comenzaron a llegar los curiosos para presenciar en vivo y en directo el fenómeno. Se formó una cola frente a la puerta de mi casa, todos con el firme propósito de visitar mi baño, sentarse en la taza y escuchar su emisora de radio preferida mientras defecaban. Mi piso estaba más transitado que la estación de Atocha en hora punta. Así que tuve que tomar medidas drásticas. Ya entrada la noche, me senté por última vez en mi taza musical. Sintonicé Kiss FM, escuché cantar a Gloria Gaynor con su «I will survive» hasta el final, me limpié cuidadosamente, tiré de la cadena y acto seguido agarré un destornillador y unas tenazas y desmonté a conciencia todas las partes desmontables del inodoro. Volví a sentarme en lo que quedaba, sólo para cerciorarme de que la taza se había quedado muda definitivamente.

Desde ese momento, mi piso volvió a estar vacío y mi baño silencioso.

No hay comentarios: