domingo, 1 de junio de 2008

"De pequeño"


"De pequeño"

Lanzar bolsas de basura al interior de las casas era una de nuestras aventuras preferidas. En verano todas las ventanas estaban abiertas y, aunque costaba lanzarlas pues algunas pesaban como si estuvieran cargadas de pedruscos, os puedo asegurar que rara vez fallábamos. Caían en mitad del salón, o del cuarto de estar, tal vez encima de la mesa creando una sucia mezcla de desperdicios, refritos y alguna ensalada recién hecha. La cena, sin lugar a dudas, se echaba a perder mientras en nuestro barrio obrero se escuchaban blasfemias y amenazas mezcladas con nuestras risas cuando escapábamos veloces y despreocupados. Nunca nos pillaron. A los ojos de los vecinos siempre fuimos buenos chicos.
Lo de la basura estaba bien, era divertido pero olía mal. Se nos quedaba un olor a podredumbre en las manos, a viejo. Yo prefería mangar en las tiendas, en Simago. Era muy excitante; mi primer disco de Barón Rojo fue por cortesía de esta superficie comercial tan simpática, luego me llevé un Risk, una discografía completa de los Led Zeppelin que costaba veinte talegazos y un buen día cogimos las llaves que abrían las maquinas tragaperras, que gran tesoro esas llaves. A día de hoy aun no he tenido entre mis manos nada de tanto valor.
Todo eso estaba bien, pero de lo que quiero hablaros es de mi aventura favorita, de mi verdadera aventura favorita. Consistía en llevarse cosas de las terrazas de los pisos bajos: plantas, botellas, comida; lo que estuviera a mano, sobretodo abrir las llaves del gas de las cocinas, que sepa Dios por que, en aquellos años muchas familias las tenían en la terraza. Soñábamos con que algún día alguna de las casas saltaría por los aires, una gran explosión de gas que haría que nuestro barrio saliera por la tele… pero ninguna explotó.
Una tarde noche, estaba subido a un poyete de una de las terrazas, estiré el brazo y abrí todas las llaves del gas de la cocina, luego alcancé a coger una botella de aceite y unas sartenes que acabaríamos tirando detrás de cualquier muro, y entonces, justo cuando estaba a punto de llevarme una botella de vino, apareció la señora Catalina, me agarro con su vieja, fría y arrugada mano, estiró del brazo y empezó a llamarme golfo y a decirme que se lo diría a mi madre. Cuando dije que nunca nos pillaron no era del todo cierto. La señora Catalina nos pilló… pero ella no cuenta. Cuando pude escapar de su débil mano cerró las ventanas a cal y canto. A la mañana siguiente la sacaron en una ambulancia, su marido el cojo iba con ella. Por lo visto murieron porque alguno dejó abierta la llave del gas.
Queríamos explosiones y salir en la tele, pero no hacer daño a nuestros vecinos. Decidimos no volver a abrir las llaves del gas y empezamos a utilizar guantes para lanzar las bolsas de basura.

Salud.

P.D.: Dedico este ejercicio a la señora Catalina que era muy buena gente y a su marido el cojo que supongo que también lo sería. Siempre le conocí cascarrabias y cuando empecé a crecer y a entender “algo” mejor a la gente se murió.

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