Escritura Creativa 12 más 1
miércoles, 12 de agosto de 2009
Rebeldía
En un sol, que era hielo, Aleksandar sintió dolor. Al otro lado se oían voces y se asustó cuando vio el agua escurriéndose por la luz, la misma luz de la última luna. Trató de aferrarse a las paredes que, de pronto, se volvieron resbalosas, ya nada lo sujetaba. Intentó quedarse quieto, tal vez lo dejarían tranquilo, pero no funcionó. El líquido se iba y él sintió que no respiraba y que lo lanzaban contra un hueco viscoso, ínfimo, que lo exprimían. De pronto la luz lo dominaba todo. Con tristeza verificó que lo habían sacado y sí, hacía frío. Entonces lloró. Una voz seca y alta le llamó “Ramiro Junior”. “Es precioso, Ramiro” agregó esta voz que al momento comprendió era la misma de aquella que lo llevaba. Y otra voz, baja y mentolada, le llamaba hijo. Entonces se sintió todavía más confundido, porque cuando él fue concebido y era pequeño y navegaba por un largo túnel, oyó que aquella gemía el nombre de su padre. Y ese nombre era Aleksandar.
Andrea MH Amosson, Noviembre 14 2008.-
jueves, 15 de enero de 2009
Quizás por eso quiero escribir, porque quiero descubrir el fuego que nos hace diferentes; que nos hace, que me hace humano. Porque a mi pesar, descreído, escéptico y pesimista, probablemente todavía busco razones para la esperanza entre mis semejantes, la belleza de la creación que ilumina las miradas de la gente; esas llamas que encendieron otros y que tantas veces han acompañado a este espíritu oscuro llevándome en su día por selvas y planetas desconocidos, por campos luminosos o por callejones tenebrosos. Por fantasías que eran para mí más veraces que la realidad, desde aquellas meriendas con pasteles de jengibre que devoraban “Los cinco” (y eso que entonces ni siquiera sabía lo que era el jengibre) hasta los monstruos de Lovecraft que muchas veces me acompañaron sentados al pie de mi cama, mientras los recreaba a escondidas leyéndolos con una linterna bajo las sábanas. La magia entre las hojas de un libro.
Y el desafío por descifrar si también puedo ser mago; si seré capaz de abrir una ventana desde dentro y dejar salir por ella lo que pudiera haber en mi interior, si hay algo en mi interior; si podré cazar historias y compartirlas para aferrarme a lo que soy siendo otros, echar un ancla en la tormenta de los tiempos difíciles para no desaparecer devorado por la rutina voraz y el griterío de la multitud.
Ya sé que la luz y el calor de esa hoguera no nos pueden salvar a todos; que no redime a la humanidad de sus odios e injusticias, y que incluso muchos han sido devorados por sus insaciables llamas creadoras. Pero necesito creer que al menos es un punto de apoyo para el futuro, y más ahora que seguramente se aproximan tiempos de oscuridad, si no para incendiar el mundo al menos para sentarse alrededor y protegerse del frío que nos rodea.
Hay muchas cosas buenas de este año de escritura que se termina, pero la mejor de todas es haber descubierto el fuego de los dioses en vuestros escritos y en vuestras miradas. No dejéis que se apague y, sobre todo, gracias por la esperanza.
miércoles, 17 de diciembre de 2008
Un Sargento asesina a su General
Las causas del crimen aún son algo confusas. Testigos consultados aseguran que el sargento Ramiro Jaquete era un joven equilibrado y tranquilo. Una compañera, perteneciente al personal civil, declaró: “Es un buen chico, a todos nos cae bien, pero últimamente estaba muy quemado.” El sargento se encargaba del soporte técnico de los equipos informáticos de los despachos de los altos cargos del cuartel, según relató la civil anteriormente citada (cuyo nombre no quiere que se haga público). Según nos explicó, el general Armada tenía “una sospechosa facilidad para que su ordenador dejara de funcionar y se colgara cada dos por tres”, hasta el punto de que todos los días el general reclamaba la presencia del sargento.
Otro compañero, sargento primero también, cuyas siglas son F.S.G., nos explicó lo siguiente:
“La mayoría de las veces, Ramiro lo único que hacía era apagar y volver a encender el ordenador del general y le insistía en que no era necesario que le llamara siempre, que solo reiniciara la máquina, pero es que el general (que en paz descanse), era algo bruto, y no aprendía, y Ramiro me confesó que tenía pesadillas todas las noches y que un día de estos iba a hacer una locura, pero nunca me pude imaginar algo así.”
Al parecer, el luctuoso hecho sucedió al aire libre, dentro de las dependencias del cuartel, cuando el sargento se dirigía a desayunar con algunos de sus compañeros y se cruzó con el general, el cual volvió a reclamarle que acudiera de inmediato a su despacho, porque el ordenador no le funcionaba. La testigo civil, anteriormente citada, relató lo siguiente:
“Al pobre se le puso la cara colorada, parecía que le iba a dar algo; Ramiro dijo que iría en cuanto desayunara, pero el general se enfadó y dijo a voces que de ninguna forma podía esperar tanto, que fuera inmediatamente porque no podía trabajar y tenía que hacer cosas muy urgentes, y a Ramiro se le puso la cara más roja aún, y dijo: ‘a sus órdenes, mi general’, pero en ese momento pasó por al lado uno de los mimetas y Ramiro le cogió el arma y al grito de “Reinicie, coño, reinicie”, le disparó tres tiros al general.”.
Según nos explicaron, los mimetas son los militares que visten el uniforme de camuflaje y están encargados de la seguridad del cuartel, por lo que son los únicos que van armados. Continuaremos informando cuando dispongamos de más datos.
martes, 9 de diciembre de 2008
A dónde va la consciencia. (Un viaje a oscuras).
De camino al hospital todavía eres consciencia, difuminada y maltrecha a medida que la cuerda se tensa. Cambia el paisaje interior, rodando por calles estrechas y avenidas. Los árboles brillan más. Los transeúntes, en slow motion.
Llegas a la puerta y la luz antiséptica del rótulo azul sobre blanco te desnuda de serenidad, de valentía. De repente el traje te queda grande, ¿o es tu cuerpo menguante?, y cae a tus pies frente al mostrador de recepción. Te recibe dos plantas más arriba una sábana con mangas y dos lacitos a la espalda, llena de incertidumbre. De la confianza desprendida nace el miedo. A tortas lo despistas, inventando una conversación llena de charcos. Recitas un mantra mal entonado, palideces y finges no pensar. Pero ahí está el pensamiento, un carro de bueyes tozudo en la noria, girando y girando, sacando un agua que no brota. Tu pensamiento y tú, tú Pensamiento, navegando a ciegas por un pozo de futuro indescifrable. Toque de nudillos en la puerta. Ya vienen. Enmudeces. «Que sea lo que Dios quiera»; te dejas llevar para dejarte hacer. Las palabras se borran de tu boca. Otras dos plantas. Todavía eres, consciente de un pasillo, una vía, una sonda. Poco más. En esa camilla estrecha vigilada por grandes, enormes palmeras fluorescentes, que proyectan una luz sin sombra. El Hombre del Saco Verde procede. Inyección – Desintegración. Mil pedazos y un segundo, me recuerdo fotocopia cuarteada. Lecho seco de un río, wadi incorpóreo. Después nada. A dónde va la consciencia, me pregunto. En la sala es latidos, temperatura, respiración. Constantes vitales. La consciencia monitorizada es líneas gráficas y sonidos analógicos de un cuerpo sin timón. Pegatinas que devuelven el sueño de una sensibilidad invertida. Ellos, con sus pijamas, saben de tu consciencia y te la devuelven. Como si durante un tiempo no te hubiera pertenecido. A las puertas del regreso está la semilla, consciencia de la inconsciencia, negando el vacío espurio. Es dolor, frío, «no sé dónde estoy», aristas y negrura. El residuo de la profanación consentida, la gravilla de la arquitectura pendiente sobre un recuerdo de pesadilla sin recuerdo. La consciencia fue arrojada contra las rocas, por eso duele. Y el despertar, abandonado de sí mismo. Acurrucada en el centro de mi cerebro, recién nacida, sin luz, sin espacio, sin tiempo, una voz lejana de mujer «tranquila, respira hondo» me entrega los esbozos de mi consciencia ajena, que se vuelven nítidos sin querer, hasta que puedo saber que soy de nuevo, hasta que puedo abrir los ojos. Amanecida.
Gloria Lao García
26 de noviembre de 2008
viernes, 14 de noviembre de 2008
Lara
Ignoró el pinchazo en la tripa y se dirigió hacia el sofá intentando no hacer eses. Le costó sentarse por culpa de su enorme vientre. Miró la tele que llevaba todo el día encendida. Sin saber siquiera lo que miraba, iba dando a un botón tras otro del mando a distancia. Entonces lo vio. A un lado de la tele, había un paquete de Camel. El que dejó Mario cuando se fue. Estaba a medias. Con algo de esfuerzo, se levantó del sofá (esta maldita tripa, pensó por enésima vez), y cogió el paquete. Rebuscó en los cajones del mueble y encontró un encendedor. Se volvió a acomodar en el sofá y encendió un cigarrillo. Tosió un poco al principio, no estaba acostumbrada a fumar. Miró a su alrededor. Dónde demonios estaría el cenicero. Cogió un vaso sucio y echó la ceniza. Poco a poco, fue notando que la nicotina le hacía efecto. Borracha y fumando, si su padre levantara la cabeza…
De pronto, tuvo una genial idea. Se levantó la sudadera verde que le cubría la enorme tripa. Con el cigarrillo en una mano y el mando a distancia en la otra, se la contempló un rato largo. Sintió otra patada inoportuna. Lara cogió el cigarrillo y lo apretó contra su tripa, un par de centímetros sobre su ombligo. No sintió ningún dolor, si acaso un ligero escozor. La situación le hizo gracia, y lo repitió tres veces más. Al final se quedó contemplando los cuatro puntos rojos que tenía alrededor de su abultado ombligo. Casi quedaba bonito. Se acordó de Mario. “Dónde coño estaría el muy hijo de puta”. Se levantó como pudo y tambaleándose fue hasta la bodega. Ya quedaban pocas botellas. Eligió una de Rioja. Entonces sonó el teléfono.
Intentó darse prisa para llegar a la mesita del teléfono, pero entre la tripa y la borrachera, no llegó a tiempo. Escuchó el mensaje del contestador: “Lara, soy yo…—una pausa larga— ¿No estás en casa? Perdóname por haberme ido. Perdóname por todo lo que pasó. Déjame volver, por favor. Te quiero mucho, quiero cuidar de nuestro hijo, de verdad, llámame.”.
Lara sonrió mientras descorchaba la botella de Rioja. Será gilipollas, pensó. Se sirvió un chorrito en un vaso y lo tomó degustándolo. No está mal, pensó, pero está mejor el Ribera. El teléfono volvió a sonar y esta vez Lara lo cogió.
— Lara, ¿estás bien?, nunca coges el teléfono —era su amiga Clara.— , nos estás preocupando a todos, chica.
— Estoy bien —dijo Lara, intentando vocalizar bien.
— No te creo, chica, voy a ir a verte.
— Que no, que no, que estoy bien, de verdad.
— Hablas raro, Lara. ¿No habrás vuelto a beber?
— Pues claro que no, Clara, qué cosas tienes…—intentó simular una risa, pero no le salió muy bien.
— Lara, me tienes preocupada.
— Estoy bien, de verdad, ahora tengo que dejarte, tengo algo en el horno, adiós….— y colgó. —Pero qué pedazo de hipócrita. —dijo Lara en voz alta.
Volvió a levantarse la camiseta. Miró su tripa. Miró los cuatro puntos rojos. “¿Me dolerán cuando se me pase la borrachera?” Y pensó en el extraño ser que tenía dentro. Como un alien. Ojala no saliera nunca de allí. Ojala muriera ahora mismo y desapareciera. Bebió un largo trago de rioja y encendió otro cigarrillo. A la mierda, pensó, mirando la tele sin saber lo que veía. El alien le dio otra patada. ¿Se podrá llegar a querer a un alien?, pensó Lara tomando otro trago. Las quemaduras empezaron a escocerle mientras el teléfono volvía a sonar una y otra vez.
viernes, 31 de octubre de 2008
El intruso
Lo primero que me hizo sospechar fueron los yogures. Vivo solo y mi consumo de yogures de soja en la cena es estricto: uno al día de lunes a sábado, es decir un paquete de seis a la semana durante los últimos cinco años de mi vida de soltero empedernido. Hace dos semanas el sábado no me quedaba ninguno; la pasada ni siquiera llegaron al viernes. No puede ser un despiste: mi vida es tan metódica como puede permitirse un ser humano. Nadie tiene llaves de mi casa, no traigo chicas –prefiero pagar un motel, no soporto dormir con nadie– y la limpieza semanal la vigilo personalmente. Pero alguien se está comiendo mis yogures, y lo que es peor alguien ha empezado a usar mi baño. Esta mañana, al levantarme, flotaba en el ambiente la humedad de una ducha reciente mezclada con la esencia a madera de mi colonia. La nuca se me ha erizado, pero he sacado el hierro 7 y he recorrido la casa gritando en busca del intruso. He abierto armarios y arcones, revuelto debajo de camas y mesas, revisado ventanas y la puerta blindada, pero no había nadie. Natalie, mi secretaria, me ha mirado de manera extraña cuando he llegado al despacho del banco, casi una hora tarde, después de mis expediciones infructuosas, pero no se ha atrevido a decirme nada. Más le vale.
Miércoles
Sé que sigue aquí. A pesar de las dos horas de squash y del posterior masaje, a pesar del Valium y de dos Maltas, no he pegado ojo, pendiente de cada sonido, de cada crujido de la tarima de teca, mirando cada minuto el resplandor que entraba en la habitación a través del cristal de la puerta. Era mejor eso que las pesadillas de los breves momentos de sueño: un hombre sin rostro se ahorcaba una y otra vez con mi corbata favorita pero era yo el que terminaba ahogándose.
Hoy he estado a punto de sorprenderle. Al entrar en la cocina olía a pan y la tostadora aún estaba caliente. Me pareció que el aire todavía se movía con una presencia reciente. Definitivamente tengo que cazarle o acabará con mis nervios.
Viernes
No he ido al banco. Creo que no he ido. No puedo dormir ¿He dormido? Está anocheciendo y no me quedan yogures. Natalie ha llamado para decirme que esta tarde me he dejado la Blackberry en el despacho, seguro que la muy zorra está compinchada con este cabrón ¡Pero a mí no me pilla! Mi carcajada le ha sorprendido un poco, lo he notado, pero no me ha contestado cuando le he gritado lo que podía hacer con ella.
Domingo
Cada vez está más cerca, lo sé. Ana “La Rubia” me ha dejado un mensaje en el contestador –ya no cojo el teléfono – para decirme lo bien que se lo pasó anoche ¡conmigo! que llevo tres días sin salir, sin dormir, sin comer. No recuerdo los amaneceres ni los atardeceres, mi vida se esfuma como mi barba: no me afeito y sin embargo no tengo ni un atisbo de pelo en la cara. Seguro que me está envenenando.
Hoy
es plateada preciosa pequeña estaba al lado de la Blackberry en la mesilla cuanto lleva allí me encanta cogerla y apuntar ya no tiene salvación se cuando llegará cuando llegaré le espero enfrente de la puerta ¿oigo como sube el ascensor y mete las llaves en la cerradura? y apunto a la cabeza está fría no voy a fallar
lunes, 27 de octubre de 2008
Diario en el Hospital
Jueves 5 de junio de 2003
Hoy me he vuelto a caer. No sé con qué he tropezado, iba tan tranquila caminando y me he caído de bruces al suelo, en medio de la acera; se me ha roto el vaquero, me he raspado la rodilla y dos señores muy amables me han ayudado a levantarme y me han preguntado que si estaba bien y les he contestado que sí. Es la cuarta vez en un mes que me caigo. Qué vergüenza. Debe ser porque siempre estoy cansada y voy arrastrando los pies. Sigo con algunas décimas de fiebre y algo de tos.
Daniel no ha contestado al sms que le mandé ayer.
Viernes 6 de junio de 2003
Hoy me siento más animada. Quizá porque no hace tanto calor y he cobrado el paro, quizá porque es viernes... Estoy haciendo planes, voy a dedicarme a escribir en serio, lo tengo decidido. Cambiaré de profesión, me cueste lo que me cueste, basta de tanta informática que no me llena. Aún no sé cómo lo haré, pero ya lo pensaré. Si no fuera por esta tos que no se me quita y el cansancio y que no tengo ganas de comer, creo que podría planearlo. Voy a empezar a escribir algo esta misma tarde.
Daniel sigue sin contestar. No me atrevo a llamarle, pero quizá le envíe otro sms.
Sábado 7 de junio de 2003
Las décimas han subido, ya es fiebre, 39 grados según el termómetro, y me duele algo en el centro del pecho. Apenas he dormido esta noche, no he dejado de toser. Tengo mareos. No aguanto más. He llamado a una ambulancia y van a llegar de un momento a otro para llevarme al hospital.
Martes 10 de junio de 2003
Por fin me han subido a planta, la 13, después de estar tres horribles días en urgencias, porque no había camas libres. Las enfermeras de urgencias eran muy bordes, casi no hacían caso a las pacientes, yo misma tuve que levantarme y avisarles de que tenía mucha fiebre y sed, y casi ni me hicieron caso; pero debe ser porque están estresadas con tanta gente que les va llegando en las ambulancias. Junto a mi cama había una mujer que había intentado suicidarse y le estaban haciendo un lavado de estómago.
Me han sacado una radiografía del pecho porque en los análisis de sangre no aparecía ninguna infección que justificara la fiebre.
Sin embargo, las enfermeras de esta planta son muy amables, me han traído unos folios y un bolígrafo para poder escribir, y me preguntan si necesito algo más, siempre con una sonrisa. Si necesito algo, pulso el timbre y vienen enseguida.
Les ha costado mucho encontrarme la vena en los brazos para ponerme la vía; “es que me he dejado las venas en casa”, he intentado bromear. Se han tirado como una hora y me han hecho unos cinco pinchazos (han probado en los antebrazos, en las manos, en las muñecas). Al sexto han acertado. Creo que me han puesto suero y algún antibiótico.
Aún no saben qué será esa mancha blanca (“masa extraña” lo han llamado) que aparece en el centro de mi pecho en la radiografía.
Miércoles 11 de junio de 2003
El médico me ha visitado esta mañana y ha dicho amablemente que para descubrir qué es esa “masa extraña” tienen que hacerme más pruebas y que son algo dolorosas. Es extraño, pero me siento tranquila. Seguramente será un tumor, y sé que ellos lo saben, pero aún no quieren decírmelo.
Sigo sin saber nada de Daniel.
Jueves 12 de junio de 2003
Me han llevado a una especie de quirófano, en ayunas, estaba muy nerviosa, me han dado un tranquilizante y después de prepararme me han hecho tres punciones en el esternón, con ayuda de un escáner, y con una aguja bastante gorda, pero no han sacado ninguna célula adecuada que puedan analizar. La anestesia que me han puesto no me ha servido de mucho. Me ha dolido bastante. Y lo he visto todo. Esto es una pesadilla.
Por la tarde han venido mis amigas a visitarme. He intentado mostrarme alegre, no sé si con mucho éxito. Me han traído un peluche de un gato, ay, qué bien me conocen.
Sigo sin saber nada de Daniel. He llorado mucho antes de dormirme. Les he pedido a las enfermeras una pastilla para dormir.
Viernes 13 de junio de 2003
Hoy me van a hacer una biopsia para saber de una vez por todas qué diablos es esa masa extraña que tengo en el centro del pecho, justo detrás del esternón. Aunque yo ya me lo figuro.
Además hoy es el patrono de mi pueblo (con lo poco que me gusta mi pueblo), San Antonio de Padua. Esta noche habrá fuegos artificiales, cuánto me gustaría verlos. Yo no creo en los santos, pero mi madre dice que va a rezar para que salga todo bien y me cure pronto.
Lunes 16 de junio de 2003
Por fin se me curó la infección de la biopsia. Bueno, a medias. Lo he pasado fatal, con aquel tubo metido en el esternón, la máscara de oxígeno y casi sin poder respirar, creía que me ahogaba, que me moría, no podía ni moverme de la cama. Y todo el tiempo pensando en Daniel, como una idiota.
Y por fin me han dado la noticia: tengo un linfoma no Hodgkin (no estoy segura de si se escribe así, ni tampoco sé muy bien lo que es), de células grandes, muy maligno al parecer. Pero algo es algo. Al menos ya sé lo que tengo. Ya puedo ponerle nombre. Ahora empezarán con la quimioterapia, por fin, durante unos seis meses. Sólo tres si da buen resultado.
Y también he descubierto otra cosa: que Daniel nunca me quiso. Y que tengo que empezar a olvidarle porque no merece que le quiera.